jueves, 4 de abril de 2013

Una historia poco común

Entonces aquella gota de lluvia se poso sobre mi mejilla, y deslizándose poco a poco se fue fusionando con las lagrimas que caían de mis ojos. Mi mirada ya no decía nada, solo miraba al infinito mientras mi cuerpo descansaba a las orillas de un rio. Lo único que se podía escuchar era las gotas de agua cayendo en la superficie del rio, aquello me relajaba, era lo único que había conseguido relajarme desde hacía mucho tiempo. No podría decir cuanto tiempo llevaba allí, solo sé que desde que llegué no había dejado de llorar.
Siempre me han dicho que debo ser fuerte, que no debo llorar, que aguante, que siga adelante, pero no puedo, ya no aguanto más, mi cuerpo apenas responde, continuamente tengo miedo, apenas salgo de casa, los pocos amigos que me quedan no entienden porque sigo aguantando, dicen que sólo yo puedo terminar con esto, que no depende de nadie más que de mi, pero no me veo capaz de terminar con esta tortura, solo le encuentro una solución pero esa única solución me da más miedo que el mismísimo infierno.
Poca gente entenderá mi situación, continuamente aparecen casos parecidos en la televisión, pero ninguno es como el mio, es como si no existieran, como si fuera una locura, una fantasía, algo imposible, pero se dan y existen pero la gente se lo toma a broma, piensan que es broma y que lo que sufro es todo mentira...

Os voy a explicar como empezó todo, fue hace unos años, cuando empecé el instituto, por aquel entonces yo salia cada fin de semana de fiesta, disfrutaba de las sensaciones que me ofrecía el alcohol y fue uno de esos fines de semana cuando conocí a la persona que cambiaría mi vida.
Todo comenzó como cualquier sábado, quedé con amigos y conocidos a las seis de la tarde en la plaza de la ciudad, cuando nos juntamos todos fuimos a la casa de uno de mis amigos, el cual tenía diecinueve años y tenía casa propia ya que sus padres le abandonaron en cuanto este cumplió los dieciocho. Mi amigo había conseguido gran cantidad de bebidas con varios grados de alcohol, entonces yo comencé a beber. No acostumbraba a hacerlo habitualmente, pero aquel día era un día especial, era el último día de clase, justo antes de las vacaciones de verano, y había que empezar a lo grande.
Mi mejor amiga me ofreció un pequeño vaso y me dijo que lo bebiera de un solo trago, yo la mire con cara de desconfianza, pero ella me sonrió y yo lo bebí, note como aquel liquido bajaba por mi garganta y comenzaba a quemarme todas las entrañas. Ardía. Enseguida conseguí un vaso de agua y lo bebí de un solo trago, aquello solo empeoró la situación, ya que fue como volver a beber de nuevo aquel fuego liquido. Cuando se hubo calmado aquel ardor seguí bebiendo, pero cosas más suaves, ya que pensé que aquel contratiempo no debía arruinar mi noche.
No tardé demasiado en empezar a decir cosas sin sentido, aquella habitación poco a poco se iba llenando de gente o eso me parecía a mi, todo daba vueltas, no sabía que hora era, ni me preocupaba, la música se colaba por mis tímpanos y revotaba en mi pecho, el olor a tabaco me empezaba a invadir, entonces, todo el alcohol que había bebido aquella noche decidió montarse su propia fiesta en mi estomago, el cual se empezó a revolver. Salí corriendo de aquel lugar lo más rápido que pude. Conseguí bajar las escaleras del piso e ir a un parque que había allí cerca, entonces caí al lado de unos arbustos y comencé a vomitar. Cuando terminé, me senté y comencé a llorar, no por nada en especial, simplemente por el malestar. Entonces apareció esa persona que os vengo diciendo, se acercó a mi y me apartó el pelo de la cara. Al ver el estado en el que me encontraba se quitó su chaqueta y me la colocó en los hombros, me ayudó a levantarme y me llevó hasta su coche y de allí a su casa. Según entramos me ayudó a tumbarme en el sofá y me echó una manta por encima, colocándome una papelera al lado por si necesitaba volver a vaciar mi estomago de manera precipitada. No tardé mucho en dormirme.

Cuando desperté un delicioso aroma me envolvió completamente, cuando abrí los ojos e intenté incorporarme las bebidas de la noche anterior despertaron y quisieron salir de mi cuerpo lo más rápido posible. Nunca antes me había sentido tan mal, tenía la boca seca y un dolor de cabeza bastante importante. En cuanto me recuperé un poco me levanté y fui hacía la cocina. Allí estaba, era lo más bonito que había visto nunca, era una persona con un cuerpo perfecto, un pelo dorado como el sol, unos labios que daban ganas de besarlos y no separarte de ellos nunca.
Cuando me vio se acercó a mi y me preguntó si necesitaba que me llevaran a casa, quise decirle que si con la esperanza de que esa perfección transformada en ser humano me acercara, pero no, lo único que salió de mis labios fue un: “puedo ir en taxi”. Tras esa breve conversación cogí mis cosas y me fui, jamás me he sentido tan mal por una chorrada tan grande.
Por suerte, al irme y coger el móvil cogí el suyo en vez del mio, y a las pocas horas recibí una llamada suya y quedamos en un hermoso parque donde se podían ver a varios niños jugar.

Cuando vi su silueta el corazón parecía que se me quería salir del cuerpo. Empezó a latir con tanta fuerza que notaba cada una de mis pulsaciones contra el pecho. Tenía en el cuerpo una sensación que nunca antes había experimentado: en mi estomago se había sustituido el alcohol por miles de mariposas revoloteando a sus anchas y haciéndome cosquillas con sus delicadas alas dentro de mi, en mi cabeza todo rastro de pensamiento desapareció, mis manos empezaron a sudar como si todo el agua que hay dentro de mi cuerpo quisiera salir por las palmas de mis manos y mis piernas comenzaron a temblar como si acabasen de correr una maratón. A pesar de lo desagradable que pueda parecer me gustó aquella sensación.
Cuando se acercó nos dimos un beso en cada mejilla, y nos intercambiamos los teléfonos. Tras un silencio un tanto incomodo me invitó a dar una vuelta, así que comenzamos a andar. Me contó varias cosas sobre su vida, me dijo que desde hacía unos años se dedicaba al boxeo y que se le daba bastante bien, yo le conté algunas de mis aficiones, le dije que una de las cosas que más me gusta es dibujar, a lo que respondió lo que mucha gente responde: “¡Oh! algún día tendrás que hacerme un retrato”. Le prometí que algún día se lo haría.
Pasamos toda la tarde juntos y como esa muchas más tardes. Encajamos a la perfección, nos entendíamos, teníamos tantas cosas en común...

Después de unos meses comenzamos a salir, yo en aquellos momentos era la persona más feliz del mundo, tenía a quien amaba a mi lado. No tardamos mucho en ir a vivir juntos.
Todo era perfecto, pero poco a poco las cosas empezaron a torcerse, ya no me dedicaba palabras dulces que hacían que me derritiera a sus pies, ya no me acariciaba hasta que me adentraba en el mundo de los sueños....

Todo cambió en nuestro primer aniversario juntos, aquella persona de la que me había enamorado salió a celebrar con su gente nuestro aniversario sin invitarme a mi, yo no le eché nada en cara, es más, cuando volvió me acerqué para darle un abrazo, pero lo único que me dijo es que si había preparado la cena, cuando le dije que si se acercó a darme un beso en la mejilla. En aquel mismo instante una bofetada de olor a alcohol invadió mi nariz y no pude evitar preguntar si había bebido. Entonces empezó todo, se giró bruscamente hacía mi y me preguntó si tenía algún problema si bebía, yo le dije que no, que simplemente lo dije por curiosidad, entonces empezó a insultarme, a decir que siempre me metía donde no me llamaban, me dijo que era la persona menos indicada para criticar a la gente que bebía, que por una vez no pasaría nada. Cada palabra que decía la decía gritando cada vez más, hasta que al final no se oía otra cosa que sus gritos. Entonces le pedí que por favor se tranquilizara y que bajara la voz. No debí decir eso, en ese momento todo se torció, aquella persona que hacía que se juntarán miles de mariposas en mi estomago se convirtió en la persona que más temería a partir de ese momento. Según terminé de decir la última palabra un puño se acercó hacía mi nariz con firmeza, la cual golpeó, salpicando las paredes y la alfombra de sangre.
No supe reaccionar, pensé que me lo merecía, pensé que aquello había sido a causa del alcohol
A la mañana siguiente según me vio vino a disculparse, me dijo que jamás me haría daño, que no era su intención hacerme sufrir,que jamás volvería a pasar algo como aquello.

Yo creí todas y cada una de sus palabras. Pero mentía. Paso lo mismo una y otra vez, las discusiones parecían no tener fin, los insultos dolían casi tanto como cada uno de sus puñetazos, empecé a taparme el cuerpo con ropa de manga larga para que la gente no viera los grandes hematomas que me cubrían... Cada vez salía menos de casa, no tenía humor para nada y así poco a poco fui perdiendo todos los amigos que tenía. Mi vida se iba cerrando unicamente a esa persona, ya no era una vida, ya no era libre, el amor había conseguido esclavizarme.

La última pelea que tuvimos fue la definitiva, realmente no recuerdo por qué empezó, solo recuerdo sus manos golpeándome repetidamente por todo mi cuerpo, y en ese momento en el que apenas me podía mover del dolor se acercó a mi con un cuchillo ¡Me iba a matar! A pesar del dolor me levanté y salí corriendo tan rápido como pude. Corrí y corrí hasta que las piernas dejaron de responderme, entonces comencé a caminar hasta llegar aquí, a la orilla de este río.



Muchos os estaréis preguntando por qué no denuncié a esa persona ¿no? Pensaréis que si lo hiciera recibiría varias ayudas ¿verdad? Pues no es así, únicamente reciben ayuda las mujeres que son maltratadas por sus parejas, pero cuando la victima es un hombre nadie le toma enserio, piensan que una mujer es incapaz de pegar a un hombre, piensan que el hombre tiene más fuerza que la mujer, pero esto no siempre es así, y cuando intentas denunciarlo apenas le dan importancia e incluso se lo toman a broma. Por eso estoy hoy aquí, viendo la lluvia caer, dejando que sus gotas se mezclen con mis lágrimas, pensando en llevar a cabo la única solución que se me ocurre, el suicidio.

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